viernes, 9 de noviembre de 2012

Capítulo 1- Un camino largo

Este es el primer capítulo de lo que espero que sea una historia larga y que guste, así que espero que todos aquellos que os decidáis a leer dejéis vuestros comentarios. Me encanta saber la opinión de los demás y voy a respetar cada cosa que digáis. De antemano gracias y que lo disfrutéis. 
Un beso :)
Comienza The Price Of The Truth. Una historia en la que las mentiras, los misterios y los secretos son las trama central. A partir de ahora empieza el viaje que llevará a nuestra protagonista a contar qué hizo, por qué lo hizo, quién es y cuál es la razón por la que miente.

Me levanto sobresaltada, con la piel de gallina, las pupilas dilatadas, la boca seca y con las sábanas empapadas. Vienen a por mí. Sé que están cerca y no puedo quedarme más tiempo aquí. Debo huir y deprisa. Me encuentro en una casa abandonada, viviendo junto con otros tres hombres tanto o más culpables que yo por sus actos. Los cuatro huyendo de la justicia.
Me pongo los vaqueros casi corriendo y me quito la camiseta que me sirve como pijama para colocarme otra medio limpia. Me pongo las botas, cojo mi bolsa de debajo de la cama donde guardo unas cuantas latas de conserva, mi documentación falsa, algo de dinero, un par de mudas de ropa y poco más.
-¿Vas a algún sitio, preciosa?- me pregunta Silver.
-Fuera- contesto.
Me coge el brazo con fuerza y tira de mí. Me echa su aliento apestoso en la cara y susurra:
-No te olvides de esto- me da un pequeño revolver que cojo de inmediato-. Te dará suerte.
Lo miro algo extrañada. ¿Acaso intuye que me largo y los abandono? Me suelto con brusquedad de su fuerte y gran mano y me coloco la bolsa en su sitio.
-Descuida. Siempre tengo suerte.
-¿Por el anillo ese?- lo señala y lo tapo-. ¿De quién era? ¿De tu madre?
-Mi hermano- le espeto-. Y sí, da suerte.
-No tardes en volver- vuelve a echarme su aliento y me deja paso.
-No lo dudes- bajo las escaleras corriendo, pero sin hacer mucho ruido; no quiero despertar a nadie más-. Aunque lo mismo no vuelves a verme- susurro aunque sé que ya no puede oírme.
Sé que no puedo llevar más de lo que tengo. Pararme a recoger mis cosas podría despertar al resto y no quiero correr riesgos de tardar lo suficiente como para que lleguen. Puede que advertir a mis compañeros fugitivos fuese una buena idea, la elección correcta, pero he de emprender un nuevo viaje, y sola. Lo único que me paro a recoger son las llaves de mi moto; sin ella salir de aquí es casi imposible. También cojo unas gafas de sol y una chaqueta de cuero negro que pertenece a Damien. Espero que no le importe. Salgo por un boquete de unos dos metros que hay en la pared y corro por la parte de atrás donde tenemos los vehículos. El ruido del motor los despertará, aunque pueden pensar que voy a por comida, dinero o lo que sea.
Suspiro profundamente y el vaho sale disparado iluminado por los rayos del alba. La humedad cala en mis huesos y me sobrecojo. Está claro que lo van a saber y espero ser lo bastante rápida como para despistarlos. Aún no tengo decidido el destino, pero ha de ser lejos de aquí, quizá un pueblo pequeño, donde no me estén buscando, donde las noticias lleguen muy lento y pueda pasar allí un tiempo.

Algo que no tenía previsto era la poca gasolina que queda en el depósito, así que esto es sólo un bache que cruzar. Unos minutos perdidos. Debo encontrar una gasolinera cerca, apartada de la ciudad y ser lista y rápida como para robar gasolina suficiente y salir pitando. Estoy acostumbrada a estas cosas. Huir, llegar, robar y huir de nuevo. Asentarme en casas abandonadas, en mitad del bosque, en el asiento trasero de un coche o en un motel sucio y pobre que luego no pago. También a huir de un sitio a otro todo el tiempo, no poder pasar ni dos meses en el mismo lugar. Y así llevo viviendo malamente unos dos años. Sí, poco después de cumplir los dieciséis se inició mi carrera como delincuente. Recuerdo ese día como si hubiese sido esta misma mañana. Un día de tormenta, con unas temperaturas bajísimas, y una humedad que te dejaba chorreando. No recuerdo bien donde se encontraba mi madre, pero fuera donde fuese para cuando volvió ya jamás me iba a volver a ver. Aún retumban sus últimas palabras en mi mente: << Cariño, pase lo que pase recuerda quién eres. Tú no tienes la culpa de nada y siempre te voy a querer igual, Erika>>- ahora entiendo sus palabras. Ahora comprendo por qué me dijo eso y por qué desapareció a la mañana siguiente de pronunciar esa despedida. Yo no tenía la culpa de ser un monstruo, de que mi hermano muriera.
Aparco la moto enfrente de la gasolinera y echo un vistazo. No hay nadie por los alrededores y parece que el dueño está ensimismado dentro de la tienda viendo alguna repetición de un partido de béisbol. Este es mi momento. Me coloco las gafas de sol en su sitio, me desabrocho la chaqueta de cuero y entro en la tienda. Es una rápida acción que he practicado cientos de veces, pero ahora juego con tres ases menos. Mis compañeros fingían peleas, discusiones, enfrentamientos o lo que fuese que llamase su atención y yo mientras me llenaba los bolsillos de comida y uno de los depósitos. Así nos tirábamos días enteros.
-Hola- digo alegre.
-Buenos días- contesta el dueño apartando sólo un segundo la mirada del televisor-. ¿Puedo hacer algo por usted?
-Mi novio está en los baños- y rezo mentalmente para que los servicios estén fuera y no dentro-, en cuanto salga te pagará la gasolina y lo que coja yo ahora- le sonrío e intento poner mirada tierna.
-Perfecto.
-Gracias.
Me dirijo hacia unos estantes. No quiero tampoco cargarme mucho pero necesito comida y, sobretodo, agua. Voy a hacer un viaje largo, al menos es lo que pretendo, y con el poco dinero que tengo he de pensar muy bien todas mis jugadas. Cojo un par de bolsas de patatas, unas cuantas chocolatinas, dos botellas de agua y una lata de refresco, un sándwich preparado, un paquete de galletas y cecina. Vuelvo al mostrador y con la misma sonrisa de no haber roto un plato en mi vida le coloco todo lo que he cogido enfrente. Comienza a hacer la cuenta y la apunta en un papel, luego mete todos los productos en dos bolsas y me las tiende.
-¿Su novio no tarda un poco?
-Sí- digo algo preocupada-. Voy a ver si le ha pasado algo.
Parece que hoy la suerte está de mi parte y algo en la repetición capta la atención del dueño, así que aprovecho para coger las bolsas, salir casi corriendo, llegar hasta la moto y meterlas dentro, coger la manguera y llenar el depósito lo mucho o poco que dure la jugada del partido. No dejo de mirar al dueño, que se sobresalta y alza las manos sin dejar de mirar la pantalla, suspiro aliviada y dejo la manguera en su sitio. No lo habré llenado entero pero al menos es lo suficiente como para pensar mi siguiente movimiento y recorrer unos cuántos kilómetros.
Arranco la moto y vuelvo a reanudar la carrera sin rumbo fijo. Parece que hoy, aunque es un día soleado, no va a hacer mucho calor, incluso intuyo que algunas nubes podrían posarse sobre el cielo a eso de media tarde y dejar algunas gotas sobre la superficie. Suspiro. Tengo otro problema y es que no llevo casco, aparte de que me dificulta el abrir los ojos y ver la carretera bien, si una patrulla me ve directamente vendrán a por mí sepan o no quién soy, reconozcan o no la matrícula. Creo que ésta última la cambiamos hace poco y no han podido tomar nota de ello, así que me apunto un punto que no hace balanza para nada comparando todos los puntos que tengo en mi contra. Seguro que ahora mismo mis compañeros andan tras mi pista y he dejado una muy clara en esa gasolinera. Me encojo de hombros. ¿A quién le importa?
Llevo dos horas de camino y todavía no me he encontrado con ninguna dificultad. Es temprano y apenas hay automóviles circulando, lo que me da ventaja. Mi rostro ha salido varias veces en televisión e incluso se especula que hay cierta recompensa para aquel que logre dar conmigo o quien pueda aportar algún dato importante sobre mi paradero, así que he de andarme con ojo por donde voy y quien me ve. El hombre de la gasolinera no me ha reconocido, lo cual es bueno. Aunque también es cierto que mi look era diferente hace dos años. Tenía el pelo rubio y no estaba tan delgada como ahora. Además, siempre me cubro los ojos verdes con toques amarillos con unas gafas de sol y continuamente cambio algo en mi apariencia. Por supuesto, no me gusta tener que, cada dos meses o así, cambiar mi color de pelo, engordar, adelgazar rápidamente y falsificar mi documentación. Llevaré en estos instantes como doce personalidades distintas con historias distintas y nombres más que falsos, pero no me quejo, de alguna manera he aprendido a vivir así y no me imagino hacerlo de otro modo. Aunque siendo sinceros, de no ser por mi pandilla jamás hubiese podido hacer mucho más de lo que he hecho. Les debo mucho, y puede que ellos a mí. Sé que de alguna manera tendré que pagarles y que si estoy en lo cierto y la policía no los detiene, vendrán a por mí.
Detengo la moto para pensar con claridad. No puedo perder litros y litros de gasolina sin saber a donde ir. Veamos, puedo intentar encontrar otra casa abandonada, quizá un granja antigua o algo por el estilo. Adentrarme ahora mismo en el centro de alguna ciudad sin tener conocimiento de si me estarán buscando o no y si me reconocerán es peligroso. Si sigo yendo sin rumbo solo conseguiré que dentro de nada tenga que volver a robar en alguna gasolinera y tampoco tengo mapa. Me bajo de la moto y la conduzco ladera abajo para poder pensar mejor en un sitio más recóndito y seguro.
Tumbo la moto y me siento en el suelo.
Me encuentro en Lake Charles, Louisiana, y la verdad es que estando aquí no es que esté muy segura de los federales, así que ya va siendo hora de asentarme en un lugar más tranquilo. Al menos durante un tiempo. No quiero quedarme a vivir ni mucho menos, pero un par de semanas o quizá un par de meses me vendrían bien. Tengo que conseguir reunir suficiente dinero como para viajar de un sitio a otro durante un año y después veré lo que hacer. Sé que voy a tener que estar así el resto de mis días. Corriendo de un estado a otro, evitando a la policía, integrándome en bandas delictivas con el fin de sobrevivir un poco más, robando, sin pegar ojo y una larga lista de inconvenientes que conllevan rehuir a la justicia.
Suspiro y abro una de las botellas de agua. Puede que me hubiese pensado hace dos años hacer lo que hice de saber lo que vendría después, aunque en el fondo lo sabía perfectamente. Pero no lo vi en su momento. Sólo supe lo que tenía que hacer, sólo pensé en mi bien. En mí misma y en mi vida. En el presente. Ni me detuve a pensar en las consecuencias o en buscar otro camino. Únicamente seguí mi instinto, como hago siempre. Así que bebiendo un sorbo largo de la botella me pregunto mi nuevo paradero, dónde he de ir. No conozco mucho Louisiana ya que yo nací en Kansas, en un pueblo llamado Belleville. Y a partir de ahí he estado en otros muchos estados. Mi delito lo cometí en Rockford, Illinois, donde me mudé cuando tenía séis años y de donde tuve que huir con dieciséis. Antes de verme aquí, en Lake Charles, he estado en Indiana, Kentucky, Carolina del Norte, Alabama y Arkansas. No me he quedado más de cuatro meses en un sitio y por esa razón no he tenido tiempo de memorizar lugares ni nada por el estilo. Sé que no puedo volver a ninguna ciudad en la que ya haya estado y que por eso he de moverme hacia otro estado. ¿Cuál? Texas sin duda es el que me pilla más cerca y sabiendo la poca gasolina que hay en el depósito y mis pocas posibilidades de ir hacia otro estado más alejado supongo que he de ir allí.
Abro el paquete de galletas y me como un par. Entonces decido revisar todas mis pertenencias sacándolas de las bolsas donde están. Comida tengo suficiente para dos o tres días. Tengo dos pantalones vaqueros y dos camisetas de manga corta. La documentación falsa, las gafas de sol y unos guantes de motorista que creía perdidos. Una billetera con trescientos dólares, un llavero de un perro, una libreta que me servía de diario hasta los quince y que por razones que no recuerdo decido llevarlo conmigo siempre, una manta deshilachada y una foto de mi madre y de mi hermano. Ah, casi lo olvido, un revólver con cinco balas dentro. Lo meto todo dentro de la bolsa que siempre porto conmigo y vuelvo a la carretera de nuevo con la esperanza de encontrarme algo distinto en Texas. Me subo en la moto y la arranco. Allá vamos.
Después de todo el día conduciendo y de haber hecho ya el numerito de la gasolinera dos veces, detengo la moto y me introduzco en el bosque. Lo bueno es que ya he cruzado la frontera del estado y que más o menos me llevará un día llegar a alguna parte donde resguardarme. Ahora seguiría conduciendo un poco más, pero ya es de noche y por mucho que siga avanzando metros no voy a llegar a ninguna parte.
Enciendo una pequeña fogata a base de cuatro piedras, dos palos y mucha hojarasca gracias a un viejo mechero que conservo desde hace tiempo y me caliento las manos. Abro el paquete de cecina y me como casi todas las tiras. También me termino una de las botellas de agua, y limpiándole la boquilla, así como la superficie, la arrojo lejos de mí. Saco la manta vieja y me cubro con ella. Hoy será difícil conciliar el sueño, ya lo es de por sí cuantas veces lo intente, pero esta noche será más ardua la tarea.
Me replanteo durante un segundo rendirme. Al fin y al cabo ya he demostrado que puedo valerme por mí misma. He huido de la justicia, he burlado sus métodos, sus agentes y todo lo que han querido echarme a la espalda. Estoy viva, que es lo importante, y ya estoy cansada de esta situación. Lo peor que me pueda pasar sería estar toda la vida metida en la cárcel, y lo mejor es que podría salir en quince o veinte años, así que puede que llegue la hora de entregarme sin oponer resistencia. Y así, una vez fuera de ella, llevar un vida más o menos normal. Sí, ¿por qué no?
Un ruido entre los matorrales me da la respuesta: no puedo entregarme y rendirme tan fácilmente porque estoy acostumbrada a otro tipo de vida y porque si lo hiciera entonces estaría rompiendo la promesa que me hice hace tiempo, ¿verdad? Y no voy a permitir que eso pase.
Los ruidos se intensifican y me levanto deprisa. De entre los árboles aparece un cachorro de lobo y, aunque mis músculos se vuelven rígidos, suspiro.
-Me has asustado- le digo.
El cachorro se acerca a mí, temeroso, pero a la vez valiente y veo en él mi propio reflejo. Una chica asustada, que tiene que darle la vuelta a su propio mundo, enfrentarse a una realidad desconocida para poder sobrevivir, y hacerse día a día más fuerte que el anterior. Aprendiendo de cada golpe que lo importante no es cómo caigas, sino cómo te levantes, que lo que realmente importa es sacar los dientes en un mundo de cobardes.
Cojo la dos tiras de cecina que quedan y se las tiendo. Evidentemente no confía en mí y me enseña su blanca y afilada dentadura. Bien, es justo lo que haría yo. Parto un trozo y se lo tiro. Al principio se muestra reacio a comérselo, pero al final el hambre puede con él y se lo traga. Le tiro otro trozo y mientras lo engulle me voy acercando lentamente para darle lo que me queda. Al darse cuenta de que está a poca distancia de mí, se asusta de nuevo.
-Tranquilo, pequeño. No pienso hacerte nada- le sonrío y espero a que me entienda, cosa que parece que es posible.
El cachorro se acerca a mi mano poco a poco y la olfatea. Muerde la tira de cecina y se va unos metros más lejos para comérsela. Yo me río por su actitud, que en realidad es la que yo he tomado muchas veces. Recuerdo la primera vez que salí de mi mundo al mundo de los delincuentes. Estaba corriendo por el miedo que me acechaba, que no era más que una sirena de ambulancia que yo creía de policía. Entonces me metí por unos callejones que en mi sano juicio, a mis dieciséis, un viernes por la noche nunca tendría que haber tomado. Sin embargo, ya no era la misma Erika de hacía tan sólo veinticuatro horas. Ahora era alguien diferente, con otra mentalidad y cuyos actos marcarían para siempre mi destino. Entonces choqué contra un hombre alto y fuerte, con una cicatriz enorme en la cabeza y cuya mirada era aterradora.
-¿Adónde vas?- me preguntó.
-Yo...- comencé aunque en esos momentos no fui capaz de pronunciar nada más.
Se echó a reír y me cogió por el brazo a lo que yo tuve la primera respuesta de valentía. Me solté y le gruñí, como si fuera un perro. Él dejo de reír, sin embargo, se le dibujó una sonrisa en la cara que nunca olvidaré porque fue lo que me hizo ver que debajo de toda esa musculatura, ropa oscura y tantas cicatrices juntas, había una historia que escuchar.
-¿Qué?- le espeté.
-¿Cuál es tu nombre?
Volví a gruñirle y él continuó sonriendo. Entonces se hizo paso entre otros tipos duros y me ofreció sentarme a su lado, cerca de un cubo donde unas llamas parecían ser el único abrigo bajo la fría noche.
-Pareces hambrienta, ¿qué tal un poco de sopa?
Lo cierto es que en una noche de Nnoviembre como era aquella, en la que parecía que iba a nevar de un momento a otro, lo único que podía querer era un poco de compañía, un buen caldo y un sitio donde estar calentita. Pero no me fiaba de ellos. Así que me crucé de brazos e inhalé el aroma de la sopa hasta que no pude más y me abalancé sobre el cuenco que me habían dejado en lo que se suponía que iba a ser mi sitio. Pero en vez de quedarme con ellos, o agradecerlo siquiera, me lo tome todo en una esquina alejada.
Al final, viendo que se estaban divirtiendo y que no parecían malos, ni perversos, ni querían matarme ni nada por el estilo, fui acercándome poco a poco y dejé el cuenco donde habían dejado el resto.
-Parece que nuestra pequeña ha decidido unirse al grupo- dijo el de la cicatriz.
-Yo no he dicho eso- rugí y me di cuenta de lo borde que estaba sonando.
-Nos ha salido rebelde. Dime, ¿cuál es tu nombre?
Sin pensarlo dos veces fui a dar mi identidad.
-Eri...- y ahí me quedé.
-¿Algún problema con desvelar tu misteriosa identidad?
Estaba claro que el de la cicatriz era el líder del grupo ya que los demás se limitaban a asentir y callar, y por una razón que no entiendo todavía, él sabía que yo guardaba un gran secreto.
-No, claro que no- contesté rápidamente-. Es sólo que...
-Que no recuerdas tu nombre- terminó la frase por mí-. Erin- dijo.
-¿Erin?-pregunté.
-Has empezado tu nombre con Eri así que supongo que será así, ¿no?- me guiñó un ojo y yo acepté ese nombre mientras viviera al lado de él.
Su nombre era John, y fue como un padre para mí. Me enseñó muchas cosas de las que sé ahora, pero por desgracia nuestros caminos se vieron separados.
El cachorro parece tener sed, así que saco de mi pantalón una navaja que precisamente perteneció a John y recojo la botella vacía para hacer de ella un cuenco. La lleno de agua y la pongo en el suelo. Como veo que el pequeño lobo no quiere acercarse me muevo para alejarme y él se acerca desconfiado.
-Pequeño, ¿dónde está tu familia?
Entonces me sobresalto y todo encaja. En estos bosques se caza y este pobre cachorro ha sido desprendido de su madre y puede que de sus hermanos, de otra manera no estaría perdido y solo. Comienzo a recoger el pequeño campamento improvisado. No sé si a estas horas habrá cazadores, pero tampoco quiero exponerme a que me peguen un tiro o simplemente me encuentren, así que apago la fogata y enciendo la moto. El cachorro me mira y gime, parece que al final le he caído bien. Me da tanta pena que me bajo de la moto, vuelvo a llenarle la botella rota de agua y cojo otro paquete de cecina que adquirí en mi última parada. Lo abro y lo dejo en el suelo.
-Suerte, pequeño. Ojalá alguno de los dos consiga una buena vida- él roza su hocico húmedo contra mi mano y lo acarició antes de irme.
Un motel, a eso de tres kilómetros lejos del bosque, se alza de entre la nada y detengo la moto en el parking. No sé si lo que voy a hacer está bien, si por eso me van a pillar, si pueden reconocerme o qué se yo, pero estoy cansada y es una noche fresca. Camino hasta la puerta y entro dentro.
-Buenas noches- me dice una anciana mujer.
-Hola- respondo.
-¿Qué deseas?
-Pues una habitación, únicamente para esta noche.
-Estás de paso- afirma.
-Así es, aunque sinceramente no sé hacia donde voy.
Apunta varias cosas en un cuaderno grande y luego me tiende una llave con el numero 20 inscrito en el llavero.
-Firma aquí- dice-. Y toma esto.
Me entrega también un mapa de Texas y le sonrío cogiéndole las cosas.
-¿Cuánto es?
-Treinta dólares.
Le entrego el dinero, firmo con el nombre falso de la documentación y siguiendo sus indicaciones me dirijo hacia mi habitación.
Sólo es una noche. Sólo unas horas de relax y de tranquilidad. La mujer no te ha reconocido. No, estás a salvo, Erika. Ningún federal va a abrir tu puerta y encontrarte dormida. Todo esto me lo digo mientras estoy en la ducha dejando que el agua me empape por completo y se lleve la suciedad adherida al cuerpo. Hacía tanto que no tenía un baño de verdad que hasta lo creía olvidado. Me froto con el jabón cada parte de mi cuerpo como si se fuera a romper frágilmente y luego dejo que el agua se lleve también el miedo.
Salgo de la ducha y me envuelvo en una toalla azul marino. Me peino cuidadosamente el cabello castaño y me miro en el espejo un segundo. La Erika que está enfrente de mí no es la que yo conozco. Esta es alguien con unas facciones mucho más duras e impenetrables que antes. Con una mirada inexpresiva y fiera. Mis ojos almendrados, verdes y amarillentos, delatan mi frialdad y los pocos escrúpulos que en realidad tengo. Mis labios carnosos ya no tienen el color rosado que solían tener, ni son tan apetecibles como lo eran. Ahora se ven de otro manera. Mi cuerpo rígido y delgado, no el relleno y poco musculoso. Este cuerpo de enfrente pertenece a otra persona. A alguien que ha estado luchando contra todo lo que le rodeaba. Tengo varias cicatrices frutos de peleas, huidas y de mi propia torpeza. Marcas de una vida que reflejan el dolor y la angustia vividas. Algunas son blanquecinas, y otras rosadas, destacando sobre mi piel blanca. Me palpo una de ellas y alzo una ceja. Aún me duele. Esta es de un disparo del cual casi no me salvo.
-Malditos policías-mascullo.
Mi voz es lo único que conservo. Dulce, pausada, armoniosa. Aunque ahora tiene un tono apagado y en mis palabras puede denotarse un grado alto de brusquedad, sin embargo, en el fondo sigue siendo la voz de una chica asustada y débil.
Me dirijo hacia la cama y salto sobre el colchón. Se nota que los muelles ya están oxidados y que este motel tiene ya unos cuantos años, pero no me importa. Me resguarda del frío, los agentes y los peligros que supone dormir en la calle. Me meto dentro de la sábanas y cojo la bolsa que he dejado en el suelo. Saco de allí mi diario y comienzo a leer por la página en la que pone: Día 28.

Todo está oscuro ahí fuera. Temo que mi hermano no vuelva porque ya se sabe que las tormentas no son su fuerte. A mi también me dan miedo. No soporto los relámpagos. Supongo que algo tendrá que ver el hecho de que hace tantos años, cuando el tenía 7 y yo 5, nos quedáramos atrapados en un granero una noche como la de hoy. Una noche en la que papá murió. Mi pobre padre, muerto por buscarnos entre la niebla y el aguacero. Ahora que tengo 10 años más, nunca me perdonaré que yo tuviera la culpa de que eso sucediera. Yo lo maté.

Cierro el libro y lo arrojo a los pies de la cama. Mi padre. Es cierto. Yo salí aquella noche de invierno fuera de casa a buscar un perro al que le había cogido cariño y que no se encontraba dentro. Simon, mi único hermano, mayor que yo dos años, salió detrás mía. No tardó en alcanzarnos la tormenta, tan furiosa, tan majestuosa y tan aterradora. Nos metimos en un granero y el barro que se acumuló nos impidió abrir la puerta. Ninguno de los dos sabía que nuestro padre estaba buscándonos. Un rayo alcanzó el vehículo donde iba y murió. No nos lo contaron hasta dos días después, hasta el mismo entierro, y esa fue la razón para mudarnos desde Belleville hasta Rockford. Los ojos se me empañan en lágrimas pero me prohíbo llorar. No esta noche. No un día en el que no hay tormenta, porque sólo son esos días los que me permito derramar lágrimas.
Pierdo la noción del tiempo pensando en cosas del pasado y me quedo profundamente dormida. Pero por desgracia el sueño apacible, donde lo único que veo es un prado verde y tranquilo, se torna en una tormenta que hace el pulso se me dispare. Corro y corro huyendo de algo, pero mis ojos no son capaces de ver lo que tengo detrás. No me detengo aún cuando siento que el aire me falta. Pero caigo. Tropiezo con algo y me como el suelo. Al levantarme veo a un agente de policía que no tiene reparos en detenerme.
Me despierto sobresaltada. Ya llevo unas cuantas noches así y no me hace gracia no poder conciliar el sueño en paz y pasar unas horas agradables. Recojo todas mis cosas, hago la cama, me visto con una nueva muda, y bebo un largo sorbo de agua. Al bajar huelo huevos revueltos y café recién hecho.
-¿Ha pasado bien la noche, señorita?- me pregunta la anciana.
-Sí, gracias- miento.
-Si desea desayunar el precio está incluido- me guiña un ojo y me señala la puerta de la cafetería.
-Gracias, pero...-el olor a pan tostado y baicon hace que me lo replantee-. Huele muy bien, seguro que está exquisito.
Entro en la pequeña y rústica cafetería y un anciano me indica que me siente en una mesa. Al acomodarme allí me sirve un plato con todo lo que he olido y una taza de café.
-Que le aproveche.
-Muchas gracias.
El hombre sigue con sus quehaceres y una pareja también se deja caer para desayunar. Aunque los modales me dicen que debo tener algo de respeto y comer lentamente, el instinto me dice que cuanto antes me termine el plato, antes podré irme y menos peligro correré. Sin embargo, paro de comer como un cerdo en cuanto pienso que es mejor mostrarme normal y no levantar sospechas.
-Saben- comienza el abuelo-, nunca ocurre nada por aquí. Me alegra estar en un condado donde las noticias llegan tarde y no son muy importantes. Aunque a veces pienso que si pasara algo interesante traería mucha más clientela- me mira y me atraganto con un trozo de pan que intento disimular bebiendo lo que me queda de café.
-Sí, puede. Aunque de donde yo vengo no es raro escuchar las sirenas de policía- digo.
-¿De dónde vienes?- pregunta intrigado.
Bien, Erika, un punto. Anótalo.
-De Nueva York, he estado en otras ciudades, por supuesto, pero nací allí.
-Ya veo, ¿quiere que le sirva un trozo de tarta?
-No, gracias. Estoy bien con todo lo que ya he comido- me levanto del asiento-. Además he de partir cuanto antes. Gracias por todo, seguramente en mi viaje de vuelta me pase- sonrío.
-Muy cordial de tu parte, ¿hacia donde va?
-Belleville- digo sin pensar.
-Buen pueblo, veraneaba allí de pequeño.
Vuelvo a sonreírle y me marcho de la cafetería. Paso rápidamente por recepción y me despido de la mujer. Entonces, al salir al parking, noto como la sangre vuelve a circularme y arranco la moto para marcharme de aquí lo más rápidamente posible.
Tengo la cabeza embotada. Aunque habré dormido unas séis horas, la falta de sueño acumulada en las últimas semanas y el no parar de tener pesadillas se cobran muy bien su precio. Así que, de nuevo, y tras dos horas de viaje, detengo la moto. Me coloco en el arcén y miro el poblado bosque verde. Suena un disparo que me sobresalta y entrecierro los ojos. Será mejor no meterme dentro por ahora, aunque, ¿acaso quiero vivir en el bosque? No, lo que quiero es encontrar un pueblo pequeño. Entonces me acuerdo del mapa que me dio la anciana y lo saco a toda prisa. Me cuesta situarme, pero cuando lo consigo, sigo con el dedo la línea que simula la carretera donde estoy.
Por haber, hay muchos pueblos, algunos alejados y otros más cerca. Pero hay algo que no he pensado y que quizá podría venirme bien. Se trata de volver a Belleville, en Kansas. Me fui con cinco años y no creo que me vayan a reconocer. Además, si lo que realmente quiero es paz, allí lo voy a encontrar. El único problema es que Belleville queda muy alejado de Texas. Tendría que atravesar dos estados, y luego Kansas casi al completo, ya que el pequeño pueblo se encuentra al norte. Es un largo, largo y cansado viaje. Con muchas dificultades, tales como la comida, la ropa y donde dormir. Ni que decir la gasolina y el dinero. Pero si aquí en Texas consigo pasar un par de meses en un pueblecito y ganar algo de dinero, aunque sea robándolo, puede que tenga posibilidades. Además tengo que enterarme de cómo es la situación allí. De sí han ido a buscarme, de si sospechan que puedo volver y una lista de inconvenientes que acarrea mi fortuito plan. Pero si mi instinto dice que debo volver a mi ciudad natal, entonces eso es lo que haré.
Me pongo en marcha por enésima vez, esta vez con un camino trazado, a medias, pero al menos sé por donde tengo que caminar. Ya iré sorteando los peligros.
Los disparos no cesan en todo el día. Allá donde me detenga a beber y comer algo, a reponer un poco de fuerzas, o simplemente a mirar el mapa, mis oídos perciben que hoy está siendo un buen día de caza. Un día en el que tú podrías ser cazada. Sacudo la cabeza. No me van a pillar.
Aunque eso de no me van a pillar se queda lejos de ser verdad cuando una sirena de policía me alerta del peligro. Acelero al máximo, sin temer otra cosa que me alcancen. En cuanto veo un desvío lo tomo y sigo avanzando metros. Las sirenas comienza a alejarse pero no me siento aliviada. Puede que no sea por mí, puede que haya sucedido algo más importante que la búsqueda de una delincuente juvenil, pero es irremediable correr en cuanto intuyo algún tipo de problema. Recorro la carretera que he tomado en los últimos minutos y sin mirar el mapa sigo avanzando. Estoy al menos una hora conduciendo hasta que me doy cuenta de que el depósito está apunto de entrar en reserva. Paro y me bajo de la moto.
-Me encanta- resoplo-. Se ve que hoy no es mi día definitivamente- le doy una patada a la moto y me rasco la cabeza-. ¿Qué hago ahora?
Pues bien, miro el mapa. Hay un par de pueblos al cruzar el bosque, que por mala suerte es extenso. Estoy casi segura de que si me adentro, o los cazadores me toman por un ciervo o me pierdo, pero poco voy a hacer si me quedo tirada en la carretera. Además, la próxima gasolinera está lejos y no llegaría.
Las sirenas de al menos tres patrullas me advierten de que lo mismo si es por mí y que al doblar la carretera conseguí darles esquinazo, pero que ahora saben por donde ando. Así que sin pensar mucho conduzco la moto rápidamente hacia el bosque y me pierdo entre los matorrales esperando que no me encuentren un vez perdida en él.
Corro por el bosque demasiado deprisa, sin temer tropezarme con una piedra y hacerme daño. Mis pulmones piden a gritos oxígeno, pero no he de detenerme. Sé que he ocultado la moto en condiciones, y que las autoridades están lejos de mí, pero aún así, después de los últimos meses y de huir y huir una y otra vez, cuando siento que estoy siendo amenazada corro todo lo deprisa que puedo.
Quién me iba a decir que en poco tiempo conseguiría tanta resistencia como la que tengo ahora. Pero supongo que de no ser así ya estaría en la cárcel hace mucho tiempo. Para mí, antes, en el instituto, una carrera de veinte minutos era más que mortal, o, por ejemplo, en mi equipo de baloncesto, seguir un entrenamiento de hora y media también era un reto. Lo que podría hacer ahora...
La noche ya ha caído, lo que dificulta la tarea de ver por donde piso. Me detengo poco a poco para inhalar aire y descansar. Camino deprisa pues no quiero perder la marcha. Sin embargo, un ruido entre los matorrales me hace reanudar la carrera aunque mucho más rápido. El pánico me consume y no puedo pensar en otra cosa que me van a coger. Corro tanto que el oxígeno deja de llegarme al cerebro y me mareo. Cierro los ojos sacudiendo la cabeza y toso fuertemente. Uno de mis muchos problemas es el asma. Hace mucho tiempo que no me da un ataque, y es cierto que ahora aguanto mucho más, pero tengo un límite y ha tocado fondo. Dos lágrimas surcan mis mejillas ardientes haciéndome ver que necesito parar y luchar por respirar. Miro hacia atrás sin detener mis piernas mientras se me forma un nudo en la garganta y cuando suspiro de alivio al ver que no hay nadie mi cuerpo impacta contra algo. Es tan fuerte el golpe que el pecho se me comprime y dejo de inhalar o exhalar lo poco que podía. Con lo que he chocado y yo caemos al suelo y suena un gemido. No ha salido de mí así que sea lo que sea, está vivo. Ruedo por el suelo hacia un lado y profiero un alarido cuando el brazo izquierdo toca la tierra. Abro los ojos y miro hacia mi derecha. Tengo un segundo para comprobar que he chocado contra un tío alto, moreno y que tiene un placa dorada en el cinturón antes de que un sonido estruendoso me deje sorda y me lance por los aires unos metros junto con tierra, piedras y ramas de árbol. El hombre ha caído un poco más lejos, pero no ha quedado tan tocado como yo.
Me intento incorporar presa del pánico al reconocer que es policía pues viene a por mí y su placa lo demuestra, pero el brazo izquierdo me quema, un hilo de sangre me recorre la mejilla derecha y el humo que poco a poco llega a mis pulmones me bloquea. Lo último que veo antes de cerrar mis párpados son los ojos azules del hombre. Luego es cuestión de segundos creerme muerta.

2 comentarios:

  1. Solo puedo decir ....Dios ....que buena ...me a encantadoo , que intriga y cuantos misterios , porfiss sube el 2 pronto ....estoy en shock :O

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  2. Me ha gustado mucho pero la intriga me está matando!!!! quiero el próximo ya!!!

    Me ha encantado. Bss

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