Este es el primer capítulo de lo que espero que sea una historia larga y que guste, así que espero que todos aquellos que os decidáis a leer dejéis vuestros comentarios. Me encanta saber la opinión de los demás y voy a respetar cada cosa que digáis. De antemano gracias y que lo disfrutéis.
Un beso :)
Comienza The Price Of The Truth. Una historia en la que las mentiras, los misterios y los secretos son las trama central. A partir de ahora empieza el viaje que llevará a nuestra protagonista a contar qué hizo, por qué lo hizo, quién es y cuál es la razón por la que miente.
Me levanto sobresaltada, con
la piel de gallina, las pupilas dilatadas, la boca seca y con las
sábanas empapadas. Vienen a por mí. Sé que están cerca y no puedo
quedarme más tiempo aquí. Debo huir y deprisa. Me encuentro en una
casa abandonada, viviendo junto con otros tres hombres tanto o más
culpables que yo por sus actos. Los cuatro huyendo de la justicia.
Me pongo los vaqueros casi
corriendo y me quito la camiseta que me sirve como pijama para
colocarme otra medio limpia. Me pongo las botas, cojo mi bolsa de
debajo de la cama donde guardo unas cuantas latas de conserva, mi
documentación falsa, algo de dinero, un par de mudas de ropa y poco
más.
-¿Vas a algún sitio,
preciosa?- me pregunta Silver.
-Fuera- contesto.
Me coge el brazo con fuerza
y tira de mí. Me echa su aliento apestoso en la cara y susurra:
-No te olvides de esto- me
da un pequeño revolver que cojo de inmediato-. Te dará suerte.
Lo miro algo extrañada.
¿Acaso intuye que me largo y los abandono? Me suelto con brusquedad
de su fuerte y gran mano y me coloco la bolsa en su sitio.
-Descuida. Siempre tengo
suerte.
-¿Por el anillo ese?- lo
señala y lo tapo-. ¿De quién era? ¿De tu madre?
-Mi hermano- le espeto-. Y
sí, da suerte.
-No tardes en volver- vuelve
a echarme su aliento y me deja paso.
-No lo dudes- bajo las
escaleras corriendo, pero sin hacer mucho ruido; no quiero despertar
a nadie más-. Aunque lo mismo no vuelves a verme- susurro aunque sé
que ya no puede oírme.
Sé que no puedo llevar más
de lo que tengo. Pararme a recoger mis cosas podría despertar al
resto y no quiero correr riesgos de tardar lo suficiente como para
que lleguen. Puede que advertir a mis compañeros fugitivos fuese una
buena idea, la elección correcta, pero he de emprender un nuevo
viaje, y sola. Lo único que me paro a recoger son las llaves de mi
moto; sin ella salir de aquí es casi imposible. También cojo unas
gafas de sol y una chaqueta de cuero negro que pertenece a Damien.
Espero que no le importe. Salgo por un boquete de unos dos metros que
hay en la pared y corro por la parte de atrás donde tenemos los
vehículos. El ruido del motor los despertará, aunque pueden pensar
que voy a por comida, dinero o lo que sea.
Suspiro profundamente y el
vaho sale disparado iluminado por los rayos del alba. La humedad cala
en mis huesos y me sobrecojo. Está claro que lo van a saber y espero
ser lo bastante rápida como para despistarlos. Aún no tengo
decidido el destino, pero ha de ser lejos de aquí, quizá un pueblo
pequeño, donde no me estén buscando, donde las noticias lleguen muy
lento y pueda pasar allí un tiempo.
Algo que no tenía previsto
era la poca gasolina que queda en el depósito, así que esto es sólo
un bache que cruzar. Unos minutos perdidos. Debo encontrar una
gasolinera cerca, apartada de la ciudad y ser lista y rápida como
para robar gasolina suficiente y salir pitando. Estoy acostumbrada a
estas cosas. Huir, llegar, robar y huir de nuevo. Asentarme en casas
abandonadas, en mitad del bosque, en el asiento trasero de un coche o
en un motel sucio y pobre que luego no pago. También a huir de un
sitio a otro todo el tiempo, no poder pasar ni dos meses en el mismo
lugar. Y así llevo viviendo malamente unos dos años. Sí, poco
después de cumplir los dieciséis se inició mi carrera como
delincuente. Recuerdo ese día como si hubiese sido esta misma
mañana. Un día de tormenta, con unas temperaturas bajísimas, y una
humedad que te dejaba chorreando. No recuerdo bien donde se
encontraba mi madre, pero fuera donde fuese para cuando volvió ya
jamás me iba a volver a ver. Aún retumban sus últimas palabras en
mi mente: << Cariño, pase lo que pase recuerda quién eres. Tú
no tienes la culpa de nada y siempre te voy a querer igual, Erika>>-
ahora entiendo sus palabras. Ahora comprendo por qué me dijo eso y
por qué desapareció a la mañana siguiente de pronunciar esa
despedida. Yo no tenía la culpa de ser un monstruo, de que mi
hermano muriera.
Aparco la moto enfrente de
la gasolinera y echo un vistazo. No hay nadie por los alrededores y
parece que el dueño está ensimismado dentro de la tienda viendo
alguna repetición de un partido de béisbol. Este es mi momento. Me
coloco las gafas de sol en su sitio, me desabrocho la chaqueta de
cuero y entro en la tienda. Es una rápida acción que he practicado
cientos de veces, pero ahora juego con tres ases menos. Mis
compañeros fingían peleas, discusiones, enfrentamientos o lo que
fuese que llamase su atención y yo mientras me llenaba los bolsillos
de comida y uno de los depósitos. Así nos tirábamos días enteros.
-Hola- digo alegre.
-Buenos días- contesta el
dueño apartando sólo un segundo la mirada del televisor-. ¿Puedo
hacer algo por usted?
-Mi novio está en los
baños- y rezo mentalmente para que los servicios estén fuera y no
dentro-, en cuanto salga te pagará la gasolina y lo que coja yo
ahora- le sonrío e intento poner mirada tierna.
-Perfecto.
-Gracias.
Me dirijo hacia unos
estantes. No quiero tampoco cargarme mucho pero necesito comida y,
sobretodo, agua. Voy a hacer un viaje largo, al menos es lo que
pretendo, y con el poco dinero que tengo he de pensar muy bien todas
mis jugadas. Cojo un par de bolsas de patatas, unas cuantas
chocolatinas, dos botellas de agua y una lata de refresco, un
sándwich preparado, un paquete de galletas y cecina. Vuelvo al
mostrador y con la misma sonrisa de no haber roto un plato en mi vida
le coloco todo lo que he cogido enfrente. Comienza a hacer la cuenta
y la apunta en un papel, luego mete todos los productos en dos bolsas
y me las tiende.
-¿Su novio no tarda un
poco?
-Sí- digo algo preocupada-.
Voy a ver si le ha pasado algo.
Parece que hoy la suerte
está de mi parte y algo en la repetición capta la atención del
dueño, así que aprovecho para coger las bolsas, salir casi
corriendo, llegar hasta la moto y meterlas dentro, coger la manguera
y llenar el depósito lo mucho o poco que dure la jugada del partido.
No dejo de mirar al dueño, que se sobresalta y alza las manos sin
dejar de mirar la pantalla, suspiro aliviada y dejo la manguera en su
sitio. No lo habré llenado entero pero al menos es lo suficiente
como para pensar mi siguiente movimiento y recorrer unos cuántos
kilómetros.
Arranco la moto y vuelvo a
reanudar la carrera sin rumbo fijo. Parece que hoy, aunque es un día
soleado, no va a hacer mucho calor, incluso intuyo que algunas nubes
podrían posarse sobre el cielo a eso de media tarde y dejar algunas
gotas sobre la superficie. Suspiro. Tengo otro problema y es que no
llevo casco, aparte de que me dificulta el abrir los ojos y ver la
carretera bien, si una patrulla me ve directamente vendrán a por mí
sepan o no quién soy, reconozcan o no la matrícula. Creo que ésta
última la cambiamos hace poco y no han podido tomar nota de ello,
así que me apunto un punto que no hace balanza para nada comparando
todos los puntos que tengo en mi contra. Seguro que ahora mismo mis
compañeros andan tras mi pista y he dejado una muy clara en esa
gasolinera. Me encojo de hombros. ¿A quién le importa?
Llevo dos horas de camino y
todavía no me he encontrado con ninguna dificultad. Es temprano y
apenas hay automóviles circulando, lo que me da ventaja. Mi rostro
ha salido varias veces en televisión e incluso se especula que hay
cierta recompensa para aquel que logre dar conmigo o quien pueda
aportar algún dato importante sobre mi paradero, así que he de
andarme con ojo por donde voy y quien me ve. El hombre de la
gasolinera no me ha reconocido, lo cual es bueno. Aunque también es
cierto que mi look era diferente hace dos años. Tenía el pelo rubio
y no estaba tan delgada como ahora. Además, siempre me cubro los
ojos verdes con toques amarillos con unas gafas de sol y
continuamente cambio algo en mi apariencia. Por supuesto, no me gusta
tener que, cada dos meses o así, cambiar mi color de pelo, engordar,
adelgazar rápidamente y falsificar mi documentación. Llevaré en
estos instantes como doce personalidades distintas con historias
distintas y nombres más que falsos, pero no me quejo, de alguna
manera he aprendido a vivir así y no me imagino hacerlo de otro
modo. Aunque siendo sinceros, de no ser por mi pandilla jamás
hubiese podido hacer mucho más de lo que he hecho. Les debo mucho, y
puede que ellos a mí. Sé que de alguna manera tendré que pagarles
y que si estoy en lo cierto y la policía no los detiene, vendrán a
por mí.
Detengo la moto para pensar
con claridad. No puedo perder litros y litros de gasolina sin saber a
donde ir. Veamos, puedo intentar encontrar otra casa abandonada,
quizá un granja antigua o algo por el estilo. Adentrarme ahora mismo
en el centro de alguna ciudad sin tener conocimiento de si me estarán
buscando o no y si me reconocerán es peligroso. Si sigo yendo sin
rumbo solo conseguiré que dentro de nada tenga que volver a robar en
alguna gasolinera y tampoco tengo mapa. Me bajo de la moto y la
conduzco ladera abajo para poder pensar mejor en un sitio más
recóndito y seguro.
Tumbo la moto y me siento en
el suelo.
Me encuentro en Lake
Charles, Louisiana, y la verdad es que estando aquí no es que esté
muy segura de los federales, así que ya va siendo hora de asentarme
en un lugar más tranquilo. Al menos durante un tiempo. No quiero
quedarme a vivir ni mucho menos, pero un par de semanas o quizá un
par de meses me vendrían bien. Tengo que conseguir reunir suficiente
dinero como para viajar de un sitio a otro durante un año y después
veré lo que hacer. Sé que voy a tener que estar así el resto de
mis días. Corriendo de un estado a otro, evitando a la policía,
integrándome en bandas delictivas con el fin de sobrevivir un poco
más, robando, sin pegar ojo y una larga lista de inconvenientes que
conllevan rehuir a la justicia.
Suspiro y abro una de las
botellas de agua. Puede que me hubiese pensado hace dos años hacer
lo que hice de saber lo que vendría después, aunque en el fondo lo
sabía perfectamente. Pero no lo vi en su momento. Sólo supe lo que
tenía que hacer, sólo pensé en mi bien. En mí misma y en mi vida.
En el presente. Ni me detuve a pensar en las consecuencias o en
buscar otro camino. Únicamente seguí mi instinto, como hago
siempre. Así que bebiendo un sorbo largo de la botella me pregunto
mi nuevo paradero, dónde he de ir. No conozco mucho Louisiana ya que
yo nací en Kansas, en un pueblo llamado Belleville. Y a partir de
ahí he estado en otros muchos estados. Mi delito lo cometí en
Rockford, Illinois, donde me mudé cuando tenía séis años y de
donde tuve que huir con dieciséis. Antes de verme aquí, en Lake
Charles, he estado en Indiana, Kentucky, Carolina del Norte, Alabama
y Arkansas. No me he quedado más de cuatro meses en un sitio y por
esa razón no he tenido tiempo de memorizar lugares ni nada por el
estilo. Sé que no puedo volver a ninguna ciudad en la que ya haya
estado y que por eso he de moverme hacia otro estado. ¿Cuál? Texas
sin duda es el que me pilla más cerca y sabiendo la poca gasolina
que hay en el depósito y mis pocas posibilidades de ir hacia otro
estado más alejado supongo que he de ir allí.
Abro el paquete de galletas
y me como un par. Entonces decido revisar todas mis pertenencias
sacándolas de las bolsas donde están. Comida tengo suficiente para
dos o tres días. Tengo dos pantalones vaqueros y dos camisetas de
manga corta. La documentación falsa, las gafas de sol y unos guantes
de motorista que creía perdidos. Una billetera con trescientos
dólares, un llavero de un perro, una libreta que me servía de
diario hasta los quince y que por razones que no recuerdo decido
llevarlo conmigo siempre, una manta deshilachada y una foto de mi
madre y de mi hermano. Ah, casi lo olvido, un revólver con cinco
balas dentro. Lo meto todo dentro de la bolsa que siempre porto
conmigo y vuelvo a la carretera de nuevo con la esperanza de
encontrarme algo distinto en Texas. Me subo en la moto y la arranco.
Allá vamos.
Después de todo el día
conduciendo y de haber hecho ya el numerito de la gasolinera dos
veces, detengo la moto y me introduzco en el bosque. Lo bueno es que
ya he cruzado la frontera del estado y que más o menos me llevará
un día llegar a alguna parte donde resguardarme. Ahora seguiría
conduciendo un poco más, pero ya es de noche y por mucho que siga
avanzando metros no voy a llegar a ninguna parte.
Enciendo una pequeña fogata
a base de cuatro piedras, dos palos y mucha hojarasca gracias a un
viejo mechero que conservo desde hace tiempo y me caliento las manos.
Abro el paquete de cecina y me como casi todas las tiras. También me
termino una de las botellas de agua, y limpiándole la boquilla, así
como la superficie, la arrojo lejos de mí. Saco la manta vieja y me
cubro con ella. Hoy será difícil conciliar el sueño, ya lo es de
por sí cuantas veces lo intente, pero esta noche será más ardua la
tarea.
Me replanteo durante un
segundo rendirme. Al fin y al cabo ya he demostrado que puedo valerme
por mí misma. He huido de la justicia, he burlado sus métodos, sus
agentes y todo lo que han querido echarme a la espalda. Estoy viva,
que es lo importante, y ya estoy cansada de esta situación. Lo peor
que me pueda pasar sería estar toda la vida metida en la cárcel, y
lo mejor es que podría salir en quince o veinte años, así que
puede que llegue la hora de entregarme sin oponer resistencia. Y así,
una vez fuera de ella, llevar un vida más o menos normal. Sí, ¿por
qué no?
Un ruido entre los
matorrales me da la respuesta: no puedo entregarme y rendirme tan
fácilmente porque estoy acostumbrada a otro tipo de vida y porque si
lo hiciera entonces estaría rompiendo la promesa que me hice hace
tiempo, ¿verdad? Y no voy a permitir que eso pase.
Los ruidos se intensifican y
me levanto deprisa. De entre los árboles aparece un cachorro de lobo
y, aunque mis músculos se vuelven rígidos, suspiro.
-Me has asustado- le digo.
El cachorro se acerca a mí,
temeroso, pero a la vez valiente y veo en él mi propio reflejo. Una
chica asustada, que tiene que darle la vuelta a su propio mundo,
enfrentarse a una realidad desconocida para poder sobrevivir, y
hacerse día a día más fuerte que el anterior. Aprendiendo de cada
golpe que lo importante no es cómo caigas, sino cómo te levantes,
que lo que realmente importa es sacar los dientes en un mundo de
cobardes.
Cojo la dos tiras de cecina
que quedan y se las tiendo. Evidentemente no confía en mí y me
enseña su blanca y afilada dentadura. Bien, es justo lo que haría
yo. Parto un trozo y se lo tiro. Al principio se muestra reacio a
comérselo, pero al final el hambre puede con él y se lo traga. Le
tiro otro trozo y mientras lo engulle me voy acercando lentamente
para darle lo que me queda. Al darse cuenta de que está a poca
distancia de mí, se asusta de nuevo.
-Tranquilo, pequeño. No
pienso hacerte nada- le sonrío y espero a que me entienda, cosa que
parece que es posible.
El cachorro se acerca a mi
mano poco a poco y la olfatea. Muerde la tira de cecina y se va unos
metros más lejos para comérsela. Yo me río por su actitud, que en
realidad es la que yo he tomado muchas veces. Recuerdo la primera vez
que salí de mi mundo al mundo de los delincuentes. Estaba corriendo
por el miedo que me acechaba, que no era más que una sirena de
ambulancia que yo creía de policía. Entonces me metí por unos
callejones que en mi sano juicio, a mis dieciséis, un viernes por la
noche nunca tendría que haber tomado. Sin embargo, ya no era la
misma Erika de hacía tan sólo veinticuatro horas. Ahora era alguien
diferente, con otra mentalidad y cuyos actos marcarían para siempre
mi destino. Entonces choqué contra un hombre alto y fuerte, con una
cicatriz enorme en la cabeza y cuya mirada era aterradora.
-¿Adónde vas?- me
preguntó.
-Yo...- comencé aunque en
esos momentos no fui capaz de pronunciar nada más.
Se echó a reír y me cogió
por el brazo a lo que yo tuve la primera respuesta de valentía. Me
solté y le gruñí, como si fuera un perro. Él dejo de reír, sin
embargo, se le dibujó una sonrisa en la cara que nunca olvidaré
porque fue lo que me hizo ver que debajo de toda esa musculatura,
ropa oscura y tantas cicatrices juntas, había una historia que
escuchar.
-¿Qué?- le espeté.
-¿Cuál es tu nombre?
Volví a gruñirle y él
continuó sonriendo. Entonces se hizo paso entre otros tipos duros y
me ofreció sentarme a su lado, cerca de un cubo donde unas llamas
parecían ser el único abrigo bajo la fría noche.
-Pareces hambrienta, ¿qué
tal un poco de sopa?
Lo cierto es que en una
noche de Nnoviembre como era aquella, en la que parecía que iba a
nevar de un momento a otro, lo único que podía querer era un poco
de compañía, un buen caldo y un sitio donde estar calentita. Pero
no me fiaba de ellos. Así que me crucé de brazos e inhalé el aroma
de la sopa hasta que no pude más y me abalancé sobre el cuenco que
me habían dejado en lo que se suponía que iba a ser mi sitio. Pero
en vez de quedarme con ellos, o agradecerlo siquiera, me lo tome todo
en una esquina alejada.
Al final, viendo que se
estaban divirtiendo y que no parecían malos, ni perversos, ni
querían matarme ni nada por el estilo, fui acercándome poco a poco
y dejé el cuenco donde habían dejado el resto.
-Parece que nuestra pequeña
ha decidido unirse al grupo- dijo el de la cicatriz.
-Yo no he dicho eso- rugí y
me di cuenta de lo borde que estaba sonando.
-Nos ha salido rebelde.
Dime, ¿cuál es tu nombre?
Sin pensarlo dos veces fui
a dar mi identidad.
-Eri...- y ahí me quedé.
-¿Algún problema con
desvelar tu misteriosa identidad?
Estaba claro que el de la
cicatriz era el líder del grupo ya que los demás se limitaban a
asentir y callar, y por una razón que no entiendo todavía, él
sabía que yo guardaba un gran secreto.
-No, claro que no- contesté
rápidamente-. Es sólo que...
-Que no recuerdas tu nombre-
terminó la frase por mí-. Erin- dijo.
-¿Erin?-pregunté.
-Has empezado tu nombre con
Eri así que supongo que será así, ¿no?- me guiñó un ojo
y yo acepté ese nombre mientras viviera al lado de él.
Su nombre era John, y fue
como un padre para mí. Me enseñó muchas cosas de las que sé
ahora, pero por desgracia nuestros caminos se vieron separados.
El cachorro parece tener
sed, así que saco de mi pantalón una navaja que precisamente
perteneció a John y recojo la botella vacía para hacer de ella un
cuenco. La lleno de agua y la pongo en el suelo. Como veo que el
pequeño lobo no quiere acercarse me muevo para alejarme y él se
acerca desconfiado.
-Pequeño, ¿dónde está tu
familia?
Entonces me sobresalto y
todo encaja. En estos bosques se caza y este pobre cachorro ha sido
desprendido de su madre y puede que de sus hermanos, de otra manera
no estaría perdido y solo. Comienzo a recoger el pequeño campamento
improvisado. No sé si a estas horas habrá cazadores, pero tampoco
quiero exponerme a que me peguen un tiro o simplemente me encuentren,
así que apago la fogata y enciendo la moto. El cachorro me mira y
gime, parece que al final le he caído bien. Me da tanta pena que me
bajo de la moto, vuelvo a llenarle la botella rota de agua y cojo
otro paquete de cecina que adquirí en mi última parada. Lo abro y
lo dejo en el suelo.
-Suerte, pequeño. Ojalá
alguno de los dos consiga una buena vida- él roza su hocico húmedo
contra mi mano y lo acarició antes de irme.
Un motel, a eso de tres
kilómetros lejos del bosque, se alza de entre la nada y detengo la
moto en el parking. No sé si lo que voy a hacer está bien, si por
eso me van a pillar, si pueden reconocerme o qué se yo, pero estoy
cansada y es una noche fresca. Camino hasta la puerta y entro dentro.
-Buenas noches- me dice una
anciana mujer.
-Hola- respondo.
-¿Qué deseas?
-Pues una habitación,
únicamente para esta noche.
-Estás de paso- afirma.
-Así es, aunque
sinceramente no sé hacia donde voy.
Apunta varias cosas en un
cuaderno grande y luego me tiende una llave con el numero 20 inscrito
en el llavero.
-Firma aquí- dice-. Y toma
esto.
Me entrega también un mapa
de Texas y le sonrío cogiéndole las cosas.
-¿Cuánto es?
-Treinta dólares.
Le entrego el dinero, firmo
con el nombre falso de la documentación y siguiendo sus indicaciones
me dirijo hacia mi habitación.
Sólo es una noche. Sólo
unas horas de relax y de tranquilidad. La mujer no te ha reconocido.
No, estás a salvo, Erika. Ningún federal va a abrir tu puerta y
encontrarte dormida. Todo esto me lo digo mientras estoy en la
ducha dejando que el agua me empape por completo y se lleve la
suciedad adherida al cuerpo. Hacía tanto que no tenía un baño de
verdad que hasta lo creía olvidado. Me froto con el jabón cada
parte de mi cuerpo como si se fuera a romper frágilmente y luego
dejo que el agua se lleve también el miedo.
Salgo de la ducha y me
envuelvo en una toalla azul marino. Me peino cuidadosamente el
cabello castaño y me miro en el espejo un segundo. La Erika que está
enfrente de mí no es la que yo conozco. Esta es alguien con unas
facciones mucho más duras e impenetrables que antes. Con una mirada
inexpresiva y fiera. Mis ojos almendrados, verdes y amarillentos,
delatan mi frialdad y los pocos escrúpulos que en realidad tengo.
Mis labios carnosos ya no tienen el color rosado que solían tener,
ni son tan apetecibles como lo eran. Ahora se ven de otro manera. Mi
cuerpo rígido y delgado, no el relleno y poco musculoso. Este cuerpo
de enfrente pertenece a otra persona. A alguien que ha estado
luchando contra todo lo que le rodeaba. Tengo varias cicatrices
frutos de peleas, huidas y de mi propia torpeza. Marcas de una vida
que reflejan el dolor y la angustia vividas. Algunas son
blanquecinas, y otras rosadas, destacando sobre mi piel blanca. Me
palpo una de ellas y alzo una ceja. Aún me duele. Esta es de un
disparo del cual casi no me salvo.
-Malditos policías-mascullo.
Mi voz es lo único que
conservo. Dulce, pausada, armoniosa. Aunque ahora tiene un tono
apagado y en mis palabras puede denotarse un grado alto de
brusquedad, sin embargo, en el fondo sigue siendo la voz de una chica
asustada y débil.
Me dirijo hacia la cama y
salto sobre el colchón. Se nota que los muelles ya están oxidados y
que este motel tiene ya unos cuantos años, pero no me importa. Me
resguarda del frío, los agentes y los peligros que supone dormir en
la calle. Me meto dentro de la sábanas y cojo la bolsa que he dejado
en el suelo. Saco de allí mi diario y comienzo a leer por la página
en la que pone: Día 28.
Todo está oscuro ahí
fuera. Temo que mi hermano no vuelva porque ya se sabe que las
tormentas no son su fuerte. A mi también me dan miedo. No soporto
los relámpagos. Supongo que algo tendrá que ver el hecho de que
hace tantos años, cuando el tenía 7 y yo 5, nos quedáramos
atrapados en un granero una noche como la de hoy. Una noche en la que
papá murió. Mi pobre padre, muerto por buscarnos entre la niebla y
el aguacero. Ahora que tengo 10 años más, nunca me perdonaré que
yo tuviera la culpa de que eso sucediera. Yo lo maté.
Cierro
el libro y lo arrojo a los pies de la cama. Mi padre. Es cierto. Yo
salí aquella noche de invierno fuera de casa a buscar un perro al
que le había cogido cariño y que no se encontraba dentro. Simon, mi
único hermano, mayor que yo dos años, salió detrás mía. No tardó
en alcanzarnos la tormenta, tan furiosa, tan majestuosa y tan
aterradora. Nos metimos en un granero y el barro que se acumuló nos
impidió abrir la puerta. Ninguno de los dos sabía que nuestro padre
estaba buscándonos. Un rayo alcanzó el vehículo donde iba y murió.
No nos lo contaron hasta dos días después, hasta el mismo entierro,
y esa fue la razón para mudarnos desde Belleville hasta Rockford.
Los ojos se me empañan en lágrimas pero me prohíbo llorar. No esta
noche. No un día en el que no hay tormenta, porque sólo son esos
días los que me permito derramar lágrimas.
Pierdo
la noción del tiempo pensando en cosas del pasado y me quedo
profundamente dormida. Pero por desgracia el sueño apacible, donde
lo único que veo es un prado verde y tranquilo, se torna en una
tormenta que hace el pulso se me dispare. Corro y corro huyendo de
algo, pero mis ojos no son capaces de ver lo que tengo detrás. No me
detengo aún cuando siento que el aire me falta. Pero caigo. Tropiezo
con algo y me como el suelo. Al levantarme veo a un agente de policía
que no tiene reparos en detenerme.
Me
despierto sobresaltada. Ya llevo unas cuantas noches así y no me
hace gracia no poder conciliar el sueño en paz y pasar unas horas
agradables. Recojo todas mis cosas, hago la cama, me visto con una
nueva muda, y bebo un largo sorbo de agua. Al bajar huelo huevos
revueltos y café recién hecho.
-¿Ha
pasado bien la noche, señorita?- me pregunta la anciana.
-Sí,
gracias- miento.
-Si
desea desayunar el precio está incluido- me guiña un ojo y me
señala la puerta de la cafetería.
-Gracias,
pero...-el olor a pan tostado y baicon hace que me lo replantee-.
Huele muy bien, seguro que está exquisito.
Entro en
la pequeña y rústica cafetería y un anciano me indica que me
siente en una mesa. Al acomodarme allí me sirve un plato con todo lo
que he olido y una taza de café.
-Que le
aproveche.
-Muchas
gracias.
El
hombre sigue con sus quehaceres y una pareja también se deja caer
para desayunar. Aunque los modales me dicen que debo tener algo de
respeto y comer lentamente, el instinto me dice que cuanto antes me
termine el plato, antes podré irme y menos peligro correré. Sin
embargo, paro de comer como un cerdo en cuanto pienso que es mejor
mostrarme normal y no levantar sospechas.
-Saben-
comienza el abuelo-, nunca ocurre nada por aquí. Me alegra estar en
un condado donde las noticias llegan tarde y no son muy importantes.
Aunque a veces pienso que si pasara algo interesante traería mucha
más clientela- me mira y me atraganto con un trozo de pan que
intento disimular bebiendo lo que me queda de café.
-Sí,
puede. Aunque de donde yo vengo no es raro escuchar las sirenas de
policía- digo.
-¿De
dónde vienes?- pregunta intrigado.
Bien, Erika, un punto.
Anótalo.
-De
Nueva York, he estado en otras ciudades, por supuesto, pero nací
allí.
-Ya veo,
¿quiere que le sirva un trozo de tarta?
-No,
gracias. Estoy bien con todo lo que ya he comido- me levanto del
asiento-. Además he de partir cuanto antes. Gracias por todo,
seguramente en mi viaje de vuelta me pase- sonrío.
-Muy
cordial de tu parte, ¿hacia donde va?
-Belleville-
digo sin pensar.
-Buen
pueblo, veraneaba allí de pequeño.
Vuelvo a
sonreírle y me marcho de la cafetería. Paso rápidamente por
recepción y me despido de la mujer. Entonces, al salir al parking,
noto como la sangre vuelve a circularme y arranco la moto para
marcharme de aquí lo más rápidamente posible.
Tengo la
cabeza embotada. Aunque habré dormido unas séis horas, la falta de
sueño acumulada en las últimas semanas y el no parar de tener
pesadillas se cobran muy bien su precio. Así que, de nuevo, y tras
dos horas de viaje, detengo la moto. Me coloco en el arcén y miro el
poblado bosque verde. Suena un disparo que me sobresalta y
entrecierro los ojos. Será mejor no meterme dentro por ahora,
aunque, ¿acaso quiero vivir en el bosque? No, lo que quiero es
encontrar un pueblo pequeño. Entonces me acuerdo del mapa que me dio
la anciana y lo saco a toda prisa. Me cuesta situarme, pero cuando lo
consigo, sigo con el dedo la línea que simula la carretera donde
estoy.
Por
haber, hay muchos pueblos, algunos alejados y otros más cerca. Pero
hay algo que no he pensado y que quizá podría venirme bien. Se
trata de volver a Belleville, en Kansas. Me fui con cinco años y no
creo que me vayan a reconocer. Además, si lo que realmente quiero es
paz, allí lo voy a encontrar. El único problema es que Belleville
queda muy alejado de Texas. Tendría que atravesar dos estados, y
luego Kansas casi al completo, ya que el pequeño pueblo se encuentra
al norte. Es un largo, largo y cansado viaje. Con muchas
dificultades, tales como la comida, la ropa y donde dormir. Ni que
decir la gasolina y el dinero. Pero si aquí en Texas consigo pasar
un par de meses en un pueblecito y ganar algo de dinero, aunque sea
robándolo, puede que tenga posibilidades. Además tengo que
enterarme de cómo es la situación allí. De sí han ido a buscarme,
de si sospechan que puedo volver y una lista de inconvenientes que
acarrea mi fortuito plan. Pero si mi instinto dice que debo volver a
mi ciudad natal, entonces eso es lo que haré.
Me pongo
en marcha por enésima vez, esta vez con un camino trazado, a medias,
pero al menos sé por donde tengo que caminar. Ya iré sorteando los
peligros.
Los
disparos no cesan en todo el día. Allá donde me detenga a beber y
comer algo, a reponer un poco de fuerzas, o simplemente a mirar el
mapa, mis oídos perciben que hoy está siendo un buen día de caza.
Un día en el que tú podrías ser cazada. Sacudo la cabeza.
No me van a pillar.
Aunque
eso de no me van a pillar se queda lejos de ser verdad cuando una
sirena de policía me alerta del peligro. Acelero al máximo, sin
temer otra cosa que me alcancen. En cuanto veo un desvío lo tomo y
sigo avanzando metros. Las sirenas comienza a alejarse pero no me
siento aliviada. Puede que no sea por mí, puede que haya sucedido
algo más importante que la búsqueda de una delincuente juvenil,
pero es irremediable correr en cuanto intuyo algún tipo de problema.
Recorro la carretera que he tomado en los últimos minutos y sin
mirar el mapa sigo avanzando. Estoy al menos una hora conduciendo
hasta que me doy cuenta de que el depósito está apunto de entrar en
reserva. Paro y me bajo de la moto.
-Me
encanta- resoplo-. Se ve que hoy no es mi día definitivamente- le
doy una patada a la moto y me rasco la cabeza-. ¿Qué hago ahora?
Pues
bien, miro el mapa. Hay un par de pueblos al cruzar el bosque, que
por mala suerte es extenso. Estoy casi segura de que si me adentro, o
los cazadores me toman por un ciervo o me pierdo, pero poco voy a
hacer si me quedo tirada en la carretera. Además, la próxima
gasolinera está lejos y no llegaría.
Las
sirenas de al menos tres patrullas me advierten de que lo mismo si es
por mí y que al doblar la carretera conseguí darles esquinazo, pero
que ahora saben por donde ando. Así que sin pensar mucho conduzco la
moto rápidamente hacia el bosque y me pierdo entre los matorrales
esperando que no me encuentren un vez perdida en él.
Corro
por el bosque demasiado deprisa, sin temer tropezarme con una piedra
y hacerme daño. Mis pulmones piden a gritos oxígeno, pero no he de
detenerme. Sé que he ocultado la moto en condiciones, y que las
autoridades están lejos de mí, pero aún así, después de los
últimos meses y de huir y huir una y otra vez, cuando siento que
estoy siendo amenazada corro todo lo deprisa que puedo.
Quién
me iba a decir que en poco tiempo conseguiría tanta resistencia como
la que tengo ahora. Pero supongo que de no ser así ya estaría en la
cárcel hace mucho tiempo. Para mí, antes, en el instituto, una
carrera de veinte minutos era más que mortal, o, por ejemplo, en mi
equipo de baloncesto, seguir un entrenamiento de hora y media también
era un reto. Lo que podría hacer ahora...
La noche
ya ha caído, lo que dificulta la tarea de ver por donde piso. Me
detengo poco a poco para inhalar aire y descansar. Camino deprisa
pues no quiero perder la marcha. Sin embargo, un ruido entre los
matorrales me hace reanudar la carrera aunque mucho más rápido. El
pánico me consume y no puedo pensar en otra cosa que me van a coger.
Corro tanto que el oxígeno deja de llegarme al cerebro y me mareo.
Cierro los ojos sacudiendo la cabeza y toso fuertemente. Uno de mis
muchos problemas es el asma. Hace mucho tiempo que no me da un
ataque, y es cierto que ahora aguanto mucho más, pero tengo un
límite y ha tocado fondo. Dos lágrimas surcan mis mejillas
ardientes haciéndome ver que necesito parar y luchar por respirar.
Miro hacia atrás sin detener mis piernas mientras se me forma un
nudo en la garganta y cuando suspiro de alivio al ver que no hay
nadie mi cuerpo impacta contra algo. Es tan fuerte el golpe que el
pecho se me comprime y dejo de inhalar o exhalar lo poco que podía.
Con lo que he chocado y yo caemos al suelo y suena un gemido. No ha
salido de mí así que sea lo que sea, está vivo. Ruedo por el suelo
hacia un lado y profiero un alarido cuando el brazo izquierdo toca la
tierra. Abro los ojos y miro hacia mi derecha. Tengo un segundo para
comprobar que he chocado contra un tío alto, moreno y que tiene un
placa dorada en el cinturón antes de que un sonido estruendoso me
deje sorda y me lance por los aires unos metros junto con tierra,
piedras y ramas de árbol. El hombre ha caído un poco más lejos,
pero no ha quedado tan tocado como yo.
Me
intento incorporar presa del pánico al reconocer que es policía
pues viene a por mí y su placa lo demuestra, pero el brazo izquierdo
me quema, un hilo de sangre me recorre la mejilla derecha y el humo
que poco a poco llega a mis pulmones me bloquea. Lo último que veo
antes de cerrar mis párpados son los ojos azules del hombre. Luego
es cuestión de segundos creerme muerta.
Solo puedo decir ....Dios ....que buena ...me a encantadoo , que intriga y cuantos misterios , porfiss sube el 2 pronto ....estoy en shock :O
ResponderEliminarMe ha gustado mucho pero la intriga me está matando!!!! quiero el próximo ya!!!
ResponderEliminarMe ha encantado. Bss